La historia de Andrés Chávez, la nueva figura de Boca

Su infancia en Salto, la escala en la panadería antes de ir a jugar y los trabajos de albañilería junto a su padre. Pese a que siempre decía que quería ser futbolista, su familia lo veía mejor como karateka
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Treinta y pico de cuadras caminaban hasta llegar al Club Sports Salto. Pasaban a buscar a Marcelo, después se encontraban con el Negro y encaraban todos juntos hacia la cancha. A la ida, hacían escala en una panadería a manguear facturas del día anterior y a la vuelta repetían el ritual en una verdulería. "Hay un negrito, flaquito y rápido que tenemos que traer", le dijo Carlos Mengoni a Oscar Verge como carta de presentación de quien hoy es la figura de Boca.

Andrés Chávez tenía seis años pero físicamente les sacaba varios cuerpos de ventaja a los de su generación en los potreros de Salto. "Cuando jugaban juntos con Meli no había con qué darle, ganaban seguro", recuerda a Clarín el vicepresidente de Sports, Patricio Garavano. Meli, actual compañero de Chávez en Boca, era el Marcelo al que pasaban a buscar primero para ir a jugar. Juntos salieron campeones en la Sexta del club local, jugaron los Torneos Bonaerenses e integraron la Selección de Lifusa, que une a los mejores jugadores de Salto y el partido vecino de Rojas.
Cuentan desde su pueblo que Chávez siempre jugó de delantero y que sorprendía a todos por su velocidad. Como buena señal de lo que vendría, fue un ex 9 de Boca el que lo hizo debutar en la Primera de Sports. "Lo puso Hugo Romero Guerra. Jugó un solo partido", revela Garavano. El hombre que se hizo famoso por el "nucazo" a River fue a jugar a Sports luego de colgar los botines y, ya como DT, mandó a la cancha al Negro, que tenía 15 años. Después de ese partido se fue a Banfield. Una jugada rápida entre su representante y el por entonces presidente del club alcanzó para viajar al Gran Buenos Aires y llegar a tiempo de hacer una prueba en el Taladro. A Sports no le quedó nada. "No firmamos ningún papel", lamenta el vicepresidente.

Cinco hermanos, tres varones y dos mujeres. Alberto, el padre de Andrés, advierte que de chiquito era "un salvaje" y que había otros deportes que encajaban mejor con su personalidad. "Pensábamos que iba a ser karateka. Le gustaba el boxeo, también. Andaba siempre a las patadas y nos llamaban del colegio para quejarse", relata. Por ese entonces, el Negro acompañaba a su viejo en los trabajos de albañilería, cargando baldes o ayudando con la mezcla. Cuando llegó el momento de ir a Banfield, Graciela, la madre, no quería que se llevaran al nene. "Fue difícil, pero hay una escena que no me olvido más –remarca Alberto-. Andrés agarró una mochilita negra, metió una gorra y se fue".
Llevaba una semana de pruebas en Luis Guillón y cuando se estaba por cerrar la inscripción Silvio Marzolini lo agarró de la mano y no lo dejó ir. "Ya me volvía para mi pueblo pero me avisaron que había quedado", repasa Chávez. Marzolini lo recuerda por su potencia. "Nunca fue chiquito. Tenía una fuerza increíble, nunca vi a un jugador con tanta polenta", dice el ex DT y crack de Boca y cuenta que le insistía a Chávez que tenía que aprender a jugar por derecha "así encara para el medio y puede quedar de frente al arco y meter más goles".

Debutó con la camiseta de Banfield en la última fecha del torneo Clausura 2011, contra San Lorenzo, en el estadio Florencio Sola. Sebastián Méndez lo mandó a la cancha a jugar los últimos minutos, en lugar de Chucky Ferreyra. "Sorprendía porque siendo delantero corría a la par o más que los mediocampistas", dice el Gallego Méndez y se toma un instante para pensar algún jugador similar a Chávez. "Podolski, podría ser. Un nueve que se tira bien a los costados, pero con menos potencia. Es difícil encontrar a alguien con las características del Negro".

Los siguientes pasos en el Taladro tuvo que darlos en medio del caos. El equipo se derrumbaba, los dirigentes huían y el descenso era una consecuencia lógica. Llegaron algunas ofertas pero Chávez eligió quedarse a enderezar el rumbo. Y tuvo su recompensa: fue figura del equipo de Matías Almeyda que salió campeón y volvió a la máxima categoría a mediados de este año. Angie, su primera hija, llegaba con un ascenso bajo el brazo.

Potente, atolondrado, tozudo, agacha la cabeza, encoge el cuerpo y arranca con todo. Saca un cañón con la zurda. Más de 100 partidos en Primera, con promedio de un gol cada tres encuentros. En poco tiempo se ganó el afecto de los hinchas de Boca. Uno de ellos, su padre. "Mi sueño es ir a ver un Superclásico", dice Alberto, que ya le recordó al Negro que le guarde entradas para el choque de semifinales de la Copa Sudamerícana que se va a jugar en la Bombonera.

Fuente: Clarin

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